martes, 12 de abril de 2011

¿POR QUÉ QUEREMOS SER CONGRESISTAS?

Por: José Elice Navarro *

Las recetas no suelen funcionar en política. Los políticos son pésimos pacientes; pocas veces—o nunca—hacen caso de la recetas. Las obvian y también las desprecian. Es, quizás, la consecuencia del peor mal que puede sufrir un político: El «mal de altura»; no aquél mal bien documentado en los vademécum médicos sino aquel otro que consiste en dispararse hasta el Olimpo (mental) una vez que se asume un cargo público, desde los cargos más modestos hasta los más encumbrados, aquellos de alcance nacional, aquellos desde donde las decisiones afectan a comunidades de millones de personas.

Cuánta falta nos hace la existencia de funcionarios que, como según se dice existieron en la Roma antigua, se ubiquen detrás de las autoridades para recordarles que son humanos. Que no hay Olimpo con Zeus ni semidioses, que aquello es mitología, que el ejercicio de la función pública es, en muchos casos, pasajero, un mandato temporal para servir a los mandantes, es decir, a las ciudadanas y los ciudadanos que confiaron, que se arriesgaron y que, una pena, no pocas veces se decepcionaron.

Digo esto casi como una cantaleta, como una repetición insana, pues es un tema con el que he torturado a amigos, conocidos y auditorios enteros. Vuelvo con terquedad al mismo asunto porque no puedo dejar de preguntarme por qué más de 1600 personas aspiran a una curul en el Congreso. ¿Por qué hay ciudades enteras llenas de carteles, afiches, pancartas y panfletos y un maremágnum de promesas informes y muchas sin sentido? (como la promesa de construir carreteras ¿desde el Congreso?), ¿por qué las sonrisas fraguadas por expertos e inexpertos en el arte de sonreír y de hacer parecer más jóvenes a los más viejos y más bonitos a quienes se creen feos? Y qué decir de los miles o millones de soles y dólares que pasan de mano en mano por gastos de publicidad. ¿Todo ello para convertirse en semidioses o semidiosas temporales?

La respuesta principal a la pregunta ¿por qué quieres ser congresista? suele ser «porque deseo servir al país» ¿Así? No me digan. Esa respuesta es ya un lugar común, esa respuesta no dice nada. El Perú del siglo XXI, que dizque se encuentra en un umbral de oportunidad, requiere de respuestas más inteligentes y precisas. El Perú de hoy exige, en primer lugar, programas partidarios claros, precisos, realistas y no demasiado extensos (los detalles vendrán y se exigirán después, y deben estar disponibles), acompañados de los mensajes de los candidatos individuales al Congreso (recordemos que hay voto preferencial) alineados con el programa central de la organización política por la que postulan, y determinantes de una agenda parlamentaria también clara, precisa y realista, y si es posible calendarizada.

Pareciera que por el momento el punto principal es llegar al Congreso, lo demás puede esperar, se verá más tarde, una vez que todas y todos se encuentren en el Olimpo bebiendo el triunfo, recibiendo honores y altas dosis de «egolatrina» (peligrosa sustancia capaz de incrementar el ego hasta niveles inimaginables).

Imaginemos las reflexiones y respuestas de un candidato al Congreso promedio, frente a preguntas concretas formuladas, digamos, en un foro electoral: ¿Y qué hacemos con la pobreza? Ya veremos, a partir de julio. ¿Y qué haremos con el Estado para que sea más eficiente? Ya veremos, a partir de julio o agosto. ¿Y qué haremos con la educación y la salud? Ya veremos, quizás entre agosto y setiembre. ¿Y qué haremos con la competitividad? Ya veremos, tenemos cinco años para pensarlo. ¿Y qué haremos con el Congreso? Para empezar lo «fumigamos», luego veremos qué hacer. ¡Ya sé! (improvisando) ¡Legislamos más!, porque para eso nos han elegido, para legislar y fiscalizar, para investigar todo, para juzgar si los tribunales no lo hacen, para negociar sin prisa el nombramiento de los altos funcionarios que el Congreso debe designar o ratificar su designación (que los cargos vacantes esperen), para invitar a todos los ministros a todas las Comisiones –las existentes y las que crearemos para que todos podamos presidir alguna—, para convocar audiencias públicas legislativas y no legislativas, para modernizar la gestión parlamentaria (aunque ya se haya modernizado varias veces), para crear nuevos grupos parlamentarios si la cosa se pone difícil en los grupos que corresponden a los partidos por los que postulamos al Congreso; total: ¡No estamos sujetos a mandato imperativo! En fin, tendremos mucho por hacer; pues, para empezar, la agenda legislativa siempre registra —y de seguro no puede ser de otro modo—, en promedio, alrededor de 60 puntos y el tiempo no alcanzará para asistir a las varias Comisiones en las que nos inscribiremos, pues hay que tratar de tener presencia en todas ellas (la eficiencia no importa, eso es teoría). Y si el pueblo no nos aprueba, como al Congreso del período actual y a los de los períodos anteriores, ya sabemos que la culpa es de la prensa y de la falta de cultura política de la ciudadanía, cuando no de las molestas ONGs que siempre nos están controlando y los gremios que nos están presionando.

La idea de este ejercicio de imaginación caprichoso es llamar la atención sobre las razones que motivan la postulación al Congreso y el modo como se enfrenta la campaña electoral. En forma preliminar, y sin sugerir que todos quienes postulan al Congreso piensan y actúan igual, me parece que la razón principal para aspirar a una curul es la prefiguración de que el cargo de congresista da status y provee una sensación única de goce por efectos del poder que trae consigo. Y no menciono otras razones concretas relacionadas inclusive con intereses ilegales, de lo que mucho se habla pero sobre lo que pocos se atreven a mostrar evidencias y mucho menos dar nombres.

En cuanto a la campaña electoral esta se enfrenta con todos los medios posibles y utilizando todos los recursos disponibles (dinero, imaginación, conocimientos, información, etc.) que contribuyan a cumplir el objetivo: jurar el cargo de congresista el 27 de julio, sentir el placer de sentarse en la silla curul y poseerla (así, antigua, de madera, no necesariamente cómoda ni bonita, pero muy simbólica), gozar los honores y privilegios de la función y, en fin, proyectarse hacia el futuro (¿reelección, alcaldía provincial, presidencia regional, despacho ministerial, presidencia del Congreso, presidencia de la república?).

Ya lo dijo el gran constitucionalista germano‐americano Karl Loewenstein: «Los tres incentivos dominantes en la vida del hombre son: el amor, la fe y el poder, los cuales se encuentran unidos y entrelazados de una manera misteriosa». ¿Amor a sí mismo? (pasado como amor a los demás), ¿fe en sí mismo? (pasada como encarnación personal de la fe popular) y ¿poder para sí mismo? (pasado como mandato soberano). Y si es enteramente cierto lo que dijo Loewenstein ¿acaso estamos bregando ilusoria e inútilmente por la construcción de un Estado democrático y eficiente? Creo que no, pienso que esas tres fuerzas (amor, fe y poder) pueden ser encauzadas en beneficio del proceso de fortalecimiento institucional del Estado democrático de Derecho. Quizás no le hemos dado la debida importancia al problema del manejo del poder desde una perspectiva personal y colectiva, es decir, queremos alcanzar el poder sin saber cómo lo vamos a utilizar o, mejor aún, cómo lo podemos utilizar para sentir satisfacciones distintas de la de su sólo ejercicio; como la satisfacción del reconocimiento por las cosas bien hechas, el agradecimiento por la promesa cumplida, la admiración por mantenerse fuerte y consecuente frente a las seducciones de la ilegalidad y la renovación de la confianza ciudadana por el balance positivo del trabajo desarrollado.

Para lograr todo ello —que para unos puede resultar fácil y para otros menos fácil, pero en realidad nunca difícil—hemos de establecer una buena plataforma inicial para trabajar, tanto en la esfera personal como corporativa.

En lo personal cada ciudadana y ciudadano que postula al Congreso debería tener una respuesta clara (y muy personal) frente a la pregunta sobre por qué quieren ser congresistas o la cuestión sobre qué quieren hacer exactamente si obtienen los votos necesarios para asumir la representación nacional. Y en lo corporativo todas y todos deben trabajar, apenas asumido el cargo y aún antes (digamos, desde el momento en que se oficializan los resultados electorales), para definir qué reformas o cambios urgentes necesita el Congreso como corporación para mostrarse (y ser en realidad) una organización eficiente, concentrarse en sus funciones constitucionales (y en ninguna otra más) y servir de apoyo —a título de promotor principal— de las reformas integrales y sectoriales que el Perú necesita para progresar y garantizar mayores niveles de bienestar y justicia.

El Parlamento es una de las grandes creaciones de la cultura. Resuelve el problema de la representación, el de la legitimidad de las macro decisiones gubernamentales y el del necesario balance del ejercicio del poder estatal para garantizar la libertad y los derechos. Está en crisis, es verdad, pero lo cierto es que nació de varias crisis. Sí, la crisis es un componente natural de la existencia del Parlamento. En él se confrontan (mediante alegatos y debates) visiones y posiciones diferentes y hasta antagónicas, y en él se alcanzan consensos o se toman decisiones bajo reglas previamente acordadas. No sólo legisla (y por ello no debe ser llamado más el «poder legislativo»), aunque es un legislador preferente, sino que también ejerce el control político, influye sobre la política general del gobierno, ejerce la jurisdicción política y participa en la designación o la ratificación de la designación de altos funcionarios del Estado. Y es, en esencia, la principal asamblea representativa, deliberante y decisoria de la sociedad estatal.

Los electores deberíamos intentar descubrir qué candidatas y candidatos pueden responder mejor o en forma satisfactoria la cuestión sobre las razones por las que decidieron postular al Congreso de la República. No aceptemos lugares comunes, reclamemos claridad, precisión y previsión.

*Abogado por la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM). Ha sido Director General Parlamentario y Oficial Mayor en el Congreso de la República, Secretario General de la Presidencia de la República y Secretario General de la Presidencia del Consejo de Ministros. Además ha realizado diversas consultorías sobre temas parlamentarios, tanto en el Perú como en el extranjero. Es profesor de Derecho constitucional y Derecho parlamentario.

Fuente: Reflexión Democrática.
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